En Juan va creciendo poco a poco la vocación sacerdotal. Observa por las
calles a los sacerdotes de los pueblos que, entregados con celo a su tarea, no
obstante no tenían un trato familiar con los chicos. Sólo trataban a los adultos.
“Si yo fuera sacerdote, lo haría de forma
distinta. Me acercaría a los niños y a los jóvenes para charlar con ellos y
darles buenos consejos”.
Juan, cuando tiene
catorce años, conoce a don Calosso, viejo párroco de un pueblecito vecino.
Encuentra en él a un buen amigo del alma. Don Calosso, conocedor de su valía y
sus grandes deseos de ser sacerdote, empieza a enseñarle la gramática latina e
italiana. Se convierte además en su buen maestro espiritual. Juan le abre su
corazón y él le enseña a sacar provecho de los sacramentos de la Eucaristía y
de la Reconciliación, y le enseña a hacer cada día un rato de oración personal.
Serán los fundamentos de su formación espiritual.
(Adaptación de Redención Salesiana).
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