Abrazar el futuro con esperanza quiere ser el
tercer objetivo de este Año. Conocemos las dificultades que afronta la vida
consagrada en sus diversas formas: la disminución de vocaciones y el
envejecimiento, sobre todo en el mundo occidental, los problemas económicos
como consecuencia de la grave crisis financiera mundial, los retos de la
internacionalidad y la globalización, las insidias del relativismo, la
marginación y la irrelevancia social... Precisamente en estas incertidumbres,
que compartimos con muchos de nuestros contemporáneos, se levanta nuestra
esperanza, fruto de la fe en el Señor de la historia, que sigue repitiendo: «No
tengas miedo, que yo estoy contigo» (Jr 1,8).
La esperanza de la que hablamos no se basa en los números o en
las obras, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2
Tm 1,12) y para quien «nada es imposible» (Lc 1,37). Esta es la
esperanza que no defrauda y que permitirá a la vida consagrada seguir
escribiendo una gran historia en el futuro, al que debemos seguir mirando,
conscientes de que hacia él es donde nos conduce el Espíritu Santo para
continuar haciendo cosas grandes con nosotros.
No hay que ceder a la tentación de los números y de la
eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas. Examinad los
horizontes de la vida y el momento presente en vigilante vela. Con
Benedicto XVI, repito: «No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman
el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días;
más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz – como exhorta
san Pablo (cf. Rm 13,11-14) –, permaneciendo despiertos y vigilantes». Continuemos
y reemprendamos siempre nuestro camino con confianza en el Señor.
Me dirijo sobre todo a vosotros, jóvenes. Sed el presente
viviendo activamente en el seno de vuestros Institutos, ofreciendo una
contribución determinante con la frescura y la generosidad de vuestra opción.
Sois al mismo tiempo el futuro, porque pronto seréis llamados a tomar en
vuestras manos la guía de la animación, la formación, el servicio y la misión.
Este año tendréis un protagonismo en el diálogo con la generación que os
precede. En comunión fraterna, podréis enriqueceros con su experiencia y
sabiduría, y al mismo tiempo tendréis ocasión de volver a proponerle los
ideales que ha vivido en sus inicios, ofrecer la pujanza y lozanía de vuestro
entusiasmo, y así desarrollar juntos nuevos modos de vivir el Evangelio y
respuestas cada vez más adecuadas a las exigencias del testimonio y del
anuncio.
Me alegra saber que tendréis oportunidades para reuniros entre
vosotros, jóvenes de diferentes Institutos. Que el encuentro se haga el camino
habitual de la comunión, del apoyo mutuo, de la unidad.
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