La
mortificación interior nos libra del apego desordenado a nuestra propia
voluntad.
La
mortificación externa como interna son necesarias para la perfección, con la
diferencia que en la externa nos debe guiar la discreción, pero para la interna
no hace falta discreción sino fervor.
Todo
apego a nosotros mismos nos impide la perfecta unión con Dios. Hay que tomar
con voluntad firme el asunto de contrariar nuestras pasiones y de no dejarnos
dominar por ellas.
Tratando
de mortificar el amor propio en poco tiempo podemos avanzar mucho en el camino
de la santidad, sin peligros de quebrantar la salud, ni de soberbia, porque
solo Dios es testigo de nuestros actos. “Día que se pasa sin un acto de
mortificación interior es un día perdido” decía Santa María Magdalena de Pazzi,
porque como dice San Bernardo “por más que revuelvas la vida de Jesucristo
nunca lo encontrarás sin la Cruz”.
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