Un joven, cuando se trata
de deliberar sobre su vocación, se encuentra frente al mundo, que le presenta
mil lisonjas. ¡Oh, cuántas cosas se presentan a la mente del joven en esta
edad! Por una parte, se desearía disfrutar de ella; pero por otra está el amor
a la gloria, el deseo de hacer carrera, el ansia de ganar dinero y llegar a ser
ricos. Es más; el demonio pone en la mente la monotonía de la vida religiosa,
los desprecios, las mortificaciones, la continua obediencia.
¿Cómo habérselas con todos
estos pensamientos para decidirse en la vocación? Hay que hacer como enseñaba
San Ignacio a San Francisco Javier mientras ambos estudiaban en la Universidad
de París. Habiéndose conocido y viendo San Ignacio cómo su compañero era muy
amante de la vanidad, del honor, de la gloria, le decía:
-¿De qué te sirve todo
esto?
-¡Oh!, yo estudiaré, me
licenciaré, llegaré a ser profesor y quién sabe si con el tiempo no llegue a
ser también profesor de la Sorbona.
-Sí, bien; pero ¿de qué os
servirá para la eternidad? Después de la muerte ¿haréis todavía alguna cosa de
estas? ¿Qué os quedará? La vida es un soplo, dura poco; la eternidad no acaba
nunca. ¿Para qué afanarse tanto por hacer una comedia de pocos días en esta
tierra y no pensar en prepararse un buen puesto donde deberemos estar por toda
la eternidad?
Un hecho semejante sucedió
con San Felipe Neri. Hablando en iguales circunstancias con un joven, Francisco
Lassera…, comenzó a preguntarle: “¿Y después?... ¿Y después?”… Este mundo es
como una comedia, pasa en un instante.
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