Me llamo Moreno y nací justo dos años antes que
Jesús. Yo vivía en un establo de Belén, y un día tuve un encuentro muy especial:
--Soy el Arcángel San Rafael. Te
parado por el camino porque tienes por delante un largo trayecto. Te conozco,
porque yo mismo te diseñé hace miles de siglos en el Cielo cuando Yavé nos
explicó que necesitaba un trono para su hijo y un vehículo utilitario para su familia
de la tierra. Naturalmente él podría haber resuelto el problema por sí solo, ya
que es infinitamente sabio y único Creador de todo lo que existe; pero, como le
gusta darnos trabajo, convocó entre los ángeles un concurso de diseño… Estuvo
reñida la prueba: hubo proyectos fantásticos que fueron desechados quizá por
ser excesivamente aparatosos. Contigo, borrico, gané el primer premio del
concurso. Y Dios creó toda tu larga estirpe con el único fin de que nacieras tú,
ya que has sido elegido para ser trono del Altísimo.
Quedé
tan sorprendido con el discurso de Rafael, que me detuve un momento, volví la
cabeza hacia el Ángel y le dije:
--¿Estás
seguro de que no te equivocas? Yo soy sólo un burro, y en el establo donde vivo
he visto montones de animales mucho más fuertes y grandes, pero sobre todo más
hermosos que yo. ¡Si vieras los caballos que vienen de Arabia…! Ellos sí que cumplirían
esa misión con dignidad.
--No
te engañes, Moreno –me respondió el Arcángel-. Para llevar a Dios y a su Madre
nadie está suficientemente preparado. Tú tampoco. Pero tienes dos ventajas
sobre los demás: la primera, que eres el elegido por Yavé, y no vale la pena
preguntarse por qué; la segunda, que bastará con que te mires al espejo para
que comprendas que Dios no se ha fijado en tu belleza ni en tus dotes físicas.
Esos caballos de los que me hablas son verdaderamente magníficos; tanto que
correrían el peligro de creerse dignos de llevar al Mesías. Tú no. Eres un
borrico gracioso, pero nada más…
(Adaptación de "El Belén que puso Dios")
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