Nuestro Redentor declaró que había bajado del cielo a la tierra para encender en el corazón de los hombres el fuego de su santo amor. Fuego vine a traer a la tierra, ¿y qué he de querer sino que arda? ¡Ah! ¿y qué incendios de caridad no ha levantado en muchas almas, especialmente al patentizar por los dolores de su pasión y muerte el amor inmenso que nos tiene! ¡Cuántos enamorados corazones ha habido que en las llagas de Cristo, como en hogueras de amor, se han inflamado de tal suerte, que para corresponderle con el suyo no titubearon en consagrarle sus bienes, su vida y todas sus cosas, superando con gran entereza de ánimo todas las dificultades que les salían al paso para estorbarles el cumplimiento de la ley divina, guiados por el amor de Jesús, que, no obstante ser Dios, quiso padecer tanto por amor nuestro!
(El amor del alma, S. Alfonso Mª de Ligorio)
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