“Si quieres, alma devota, crecer siempre de virtud en virtud y de gracia en gracia, procura meditar todos los días en la Pasión de Jesucristo” Esto es de S. Buenaventura, y añade: “No hay ejercicio más a propósito para santificar tu alma que la meditación de los padecimientos de Jesucristo”.
En efecto, si nuestro amantísimo Salvador padeció tantos trabajos, fue para que de continuo los recordásemos, porque pensando en ellos es de todo punto imposible que no ardamos en las llamas de su santo amor. El amor de Cristo, dice S. Pablo, nos apremia.
Pocos son los que aman a Jesucristo, porque son también pocos los que se detienen a pensar lo mucho que por nosotros padeció; al paso que no puede vivir sin amarle el que con frecuencia medita en su dolorosa Pasión, porque el amor de Cristo nos fuerza a amarle; de tal modo se sentirá apretado por su amor, que no podrá resistir a las caricias de un Dios tan enamorado de los hombres y que tanto ha padecido por ellos.
(El amor del alma, S. Alfonso Mª de Ligorio)
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