Ni como
hombre ni como fiel cristiano el sacerdote es más que el seglar. Por eso es muy
conveniente que el sacerdote profese una profunda humildad, para entender cómo
en su caso también de modo especial se cumplen plenamente aquellas palabras de
San Pablo: ¿qué tienes que no hayas recibido (1 Cor IV, 7). Lo recibido... ¡es
Dios! Lo recibido es poder celebrar la Sagrada Eucaristía, la Santa Misa -fin
principal de la ordenación sacerdotal-, perdonar los pecados, administrar otros
Sacramentos y predicar con autoridad la Palabra de Dios, dirigiendo a los demás
fieles en las cosas que se refieren al Reino de los Cielos.
(Homilía
de S. José María Escrivá de Balaguer)
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