sábado, 28 de noviembre de 2015

Las tentaciones (II)

En la entrada anterior vimos lo que era una tentación y cómo el diablo se las apañaba para tentarnos, presentándonos el mal bajo capa de bien y haciéndonos pensar que la forma de ser felices es haciendo totalmente lo que nos viene en gana.

El diablo no solo ataca a nuestro entendimiento y a nuestra voluntad, sino también a nuestra sensibilidad y a nuestra emotividad. De hecho, hoy en día vivimos en un mundo totalmente emotivo, es bueno lo que produce buenas sensaciones, es bueno, lo que nos hace sentir bien, es bueno lo que no ofende a nadie, es bueno lo que está bien visto, es bueno lo que me pide el cuerpo… es tan grave esta deformación de la verdad que hasta el amor queda corrompido por la emotividad, lo que en un principio era herramienta y ayuda se ha convertido en un cruel tirano. La bondad, por culpa del emotivismo, queda convertida en buenismo, el amor se convierte en puro sentimiento, y la verdad en un ideal imposible de alcanzar. Los pensamientos rectos se convierten en sensaciones, y si algo me hace sentir mal pienso que ya no es bueno para mí, esto nos pasa en la vida diaria, en nuestra decisiones más importantes, en nuestras ideas y en nuestras creencias (¿cómo voy a dejar esta compañía, que por un lado veo que me hace tanto mal, si me voy a sentir fatal cuando lo haga?; ¿cómo voy a perseverar en la vocación con lo que quiero a mi familia?; ¿cómo va a existir el infierno si Dios es bueno y compasivo?).


Por el contrario, las personas que quieren cumplir la voluntad de Dios en su vida no se dejan llevar por los vientos de las emociones, aceptan las mismas y viven con ellas como toda persona humana, pero las usan como ayuda, no como brújula. La recta razón iluminada por la fe es el instrumento para el conocimiento de la verdad y de la voluntad de Dios. El cristiano debe acostumbrarse a no dejarse llevar por lo que le apetece o no le apetece, si no por lo recto, por lo verdadero, lo bueno, lo que Dios quiere, y esto “aunque cueste la vida”. Cuántas veces a unos inicios en la vida de fe, oración y/o vocación llenos de fervor, amor y emoción, seguirán periodos de profundo abatimiento, desánimo, pereza… pero pensemos que esto mismo ocurre en cualquier matrimonio con el paso del tiempo… y será precisamente en esos momentos donde se demostrará el verdadero amor.

Vencer la tentación, será tantas veces idéntico a vencerse a uno mismo, porque verdaderamente uno se sentirá morir por hacer o dejar de hacer ciertas cosas “que le pide el cuerpo”, pero con la gracia de Dios iremos adquiriendo los mismos sentimientos de Cristo de Jesús e iremos poco a poco venciendo esta sensibilidad desbocada a causa del pecado original. En el camino de la santidad habrá un punto en el que incluso los sentimientos y emociones (si bien no siempre y plenamente) estarán dirigidos a Dios, nos alegraremos con su voluntad, y nos entristeceremos con todo lo que se aparte de ella. A cambio del combate obtendremos la paz que nos otorga el cumplir la voluntad de Dios en nuestras vidas, esa paz que no es ausencia de lucha, si no la serena alegría de contentar a Dios, la alegría que surge de vivir intentando que, pase lo que pase, Jesús esté contento.


Hecha esta pequeña introducción con algún pequeño criterio y consejo sobre las tentaciones, nos detendremos en las próximas entradas en tentaciones concretas que surgen en la vida espiritual, en la vida de seguimiento a Cristo, en la vocación a una vida consagrada a su servicio, o en los inicios de la misma.

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