Duras son
las palabras del P. Alonso de Maldonado, un franciscano con el rostro curtido
por el viento y las sales marinas, al regresar de las Indias:
-
Millones de almas se pierden en aquellas tierras, pues
la espada del conquistador no siempre abre el camino a la Cruz de Cristo.
Teresa sueña con capitanear legiones… y luego llora. ¿Acaso no
puede hacer otra cosa que llorar? No, “no
pensemos que está todo hecho en llorando mucho, sin que echemos mano del obrar
mucho”.
Lo primero, rezar. La oración puede ser lucha, el silencio
fortaleza, la mortificación táctica; un alma centrada en Dios despliega tanta
fuerza como un ejército en marcha, y unas cuantas mujeres silenciosas, quitas
bajo su negro velo, pueden luchar por la paz del mundo haciendo de todos sus
pensamientos, de todas sus renuncias, actos heroicos.
Teresa se da cuenta de que sólo ahora, cuando su corazón es capaz
de amar a todos los hombres, de abarcar el universo entero, ama verdaderamente
a Dios. Daría su vida por salvar al más miserable de los hombres, porque “quien
no le amare, no os ama, Señor”.
(La Vida
de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).
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