En la Encarnación, más de cuarenta religiosas siguen
ahora a Teresa por caminos de oración e imitan sus virtudes. Sus virtudes sí,
pero no sus éxtasis: ella se esfuerza en persuadirlas que el cielo se gana
mediante la obediencia y el olvido de uno mismo, no por el deseo de gracias
sobrenaturales; los arrobamientos y los éxtasis acreditan la bondad de Dios,
pero no nuestras perfecciones.
¿Podrá Teresa proseguir sin sobresaltos, en la Encarnación, su marcha
ascendente? Difícilmente, pues ese monasterio es más bien un mercado, una
feria, una calle comercial. El número de religiosas, al que viene a añadirse el
de pensionistas seglares, siempre ha sido excesivo y las que se preocupan por
respetar la Constitución siempre han estado en minoría. Los rumores del mundo
penetran por todas partes y Teresa tiene que acudir al locutorio con mucha más
frecuencia que la que quisiera.
Esas
conversaciones son una pérdida de tiempo, una fuente de distracciones en la
oración, de enfriamiento del amor de Dios. Parientes y amigos se han
convertido, para Teresa, en enemigos de la vida interior, porque ha comprobado
el efecto disolvente de las palabras inútiles, la acción corrosiva de la
crítica, a la que no siempre es fácil oponerse. La soledad, por el contrario,
engendra silencio, el silencio la concentración, la concentración la fuerza
interior; fuerza por el amor, para el bien del mundo.
(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).
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