«Ser sacerdotes es hermoso». Sí, es hermoso ser sacerdote, y
también ser consagrado. Me dirijo primero a los sacerdotes y después a los
consagrados.
Comparto con vosotros la sorpresa siempre nueva de ser llamado
por el Señor a seguirlo, a estar con Él, a ir hacia la gente llevando su
Palabra, su perdón... En verdad es algo grande lo que nos ha pasado, una gracia
del Señor que se renueva todos los días. Me imagino que en una realidad ardua
como Nápoles, con antiguos y nuevos desafíos, nos tiramos de cabeza para salir
al encuentro de las necesidades de muchos hermanos y hermanas, corriendo el
riesgo de ser totalmente absorbidos.
Es necesario encontrar siempre el tiempo para estar ante el
sagrario, permanecer allí en silencio, para percibir en nosotros la mirada de
Jesús, que nos renueva y nos reanima. Y si el estar ante Jesús nos inquieta un
poco, es un buen signo, nos hará bien. La oración es precisamente la que nos
muestra si estamos caminando por el camino de la vida o el de la mentira, como
dice el Salmo (cf. 138, 24), si trabajamos como buenos obreros o nos hemos convertido
en «funcionarios», si somos «canales» abiertos, por el cual fluye el amor y la
gracia del Señor, o si, en cambio, nos ponemos en el centro a nosotros mismos,
acabando por convertirnos en «pantallas» que no ayudan al encuentro con el
Señor.
(Encuentro con el clero, los religiosos y los diáconos
permanentes en la Catedral, Visita Pastoral del Santo Padre Francisco a Pompeya
y Nápoles. Sábado 21 de Marzo de 2015)
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