¡Qué bonito regentar una
parroquia que comprende doce calles y administrar los sacramentos siempre a
cien pasos del despacho de la casa rectoral! Se me antojó esto sumamente bonito
mientras íbamos a bordo de una barcaza y las olas nos traían al retortero.
¡Ay, Señor, que descanso será
el cielo siempre con Vos! Sin empujones, sin oleajes, sin mareos, sin más
cuidados ya que alabaros eternamente en compañía de los ángeles y de los
santos! ¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?
Pero luego, en el cielo, si
pudiera uno sufrir, sufriría por no haber sufrido aquí más por Cristo.
Y así navegamos por estos ríos
y mares y lagos alaskanos. Cada queja se lleva siempre el frenazo de la
consideración espiritual como caballo indómito que se le mete en vereda a
frenazos si no quiere meterse de grado. A la mirada fría y calculadora,
egoísta, pueril y mundana, se le opone la mirada de la eternidad.
(P. Segundo Llorente, 40 años
en el Círculo Polar)
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