En la entrada anterior vimos lo que era una tentación y cómo
el diablo se las apañaba para tentarnos, presentándonos el mal bajo capa de
bien y haciéndonos pensar que la forma de ser felices es haciendo totalmente lo
que nos viene en gana.
El diablo no solo ataca a nuestro entendimiento y a nuestra
voluntad, sino también a nuestra sensibilidad y a nuestra emotividad. De hecho,
hoy en día vivimos en un mundo totalmente emotivo, es bueno lo que produce
buenas sensaciones, es bueno, lo que nos hace sentir bien, es bueno lo que no
ofende a nadie, es bueno lo que está bien visto, es bueno lo que me pide el
cuerpo… es tan grave esta deformación de la verdad que hasta el amor queda
corrompido por la emotividad, lo que en un principio era herramienta y ayuda se
ha convertido en un cruel tirano. La bondad, por culpa del emotivismo, queda
convertida en buenismo, el amor se convierte en puro sentimiento, y la verdad
en un ideal imposible de alcanzar. Los pensamientos rectos se convierten en
sensaciones, y si algo me hace sentir mal pienso que ya no es bueno para mí,
esto nos pasa en la vida diaria, en nuestra decisiones más importantes, en
nuestras ideas y en nuestras creencias (¿cómo voy a dejar esta compañía, que
por un lado veo que me hace tanto mal, si me voy a sentir fatal cuando lo
haga?; ¿cómo voy a perseverar en la vocación con lo que quiero a mi familia?;
¿cómo va a existir el infierno si Dios es bueno y compasivo?).
Por el contrario, las personas que quieren cumplir la voluntad
de Dios en su vida no se dejan llevar por los vientos de las emociones, aceptan
las mismas y viven con ellas como toda persona humana, pero las usan como
ayuda, no como brújula. La recta razón iluminada por la fe es el instrumento
para el conocimiento de la verdad y de la voluntad de Dios. El cristiano debe
acostumbrarse a no dejarse llevar por lo que le apetece o no le apetece, si no
por lo recto, por lo verdadero, lo bueno, lo que Dios quiere, y esto “aunque
cueste la vida”. Cuántas veces a unos inicios en la vida de fe, oración y/o
vocación llenos de fervor, amor y emoción, seguirán periodos de profundo
abatimiento, desánimo, pereza… pero pensemos que esto mismo ocurre en cualquier
matrimonio con el paso del tiempo… y será precisamente en esos momentos donde
se demostrará el verdadero amor.
Vencer la tentación, será tantas veces idéntico a vencerse a
uno mismo, porque verdaderamente uno se sentirá morir por hacer o dejar de
hacer ciertas cosas “que le pide el cuerpo”, pero con la gracia de Dios iremos
adquiriendo los mismos sentimientos de Cristo de Jesús e iremos poco a poco
venciendo esta sensibilidad desbocada a causa del pecado original. En el camino
de la santidad habrá un punto en el que incluso los sentimientos y emociones
(si bien no siempre y plenamente) estarán dirigidos a Dios, nos alegraremos con
su voluntad, y nos entristeceremos con todo lo que se aparte de ella. A cambio del
combate obtendremos la paz que nos otorga el cumplir la voluntad de Dios en
nuestras vidas, esa paz que no es ausencia de lucha, si no la serena alegría de
contentar a Dios, la alegría que surge de vivir intentando
que, pase lo que pase, Jesús esté contento.
Hecha esta pequeña introducción con algún pequeño criterio y
consejo sobre las tentaciones, nos detendremos en las próximas entradas en
tentaciones concretas que surgen en la vida espiritual, en la vida de
seguimiento a Cristo, en la vocación a una vida consagrada a su servicio, o en
los inicios de la misma.