Dios me eligió, me sacó ¿para qué? Para servir. Y el servicio que me es peculiar a mí. No, que tengo mi tiempo, que tengo mis cosas, que tengo esto, que no, que ya cierro el despacho, que esto, que si tendría que ir a bendecir las casas pero… no, estoy cansado o… hoy pasan una telenovela linda por televisión y entonces –para las monjitas–, y entonces: Servicio, servir, servir, y no hacer otra cosa, y servir cuando estamos cansados y servir cuando la gente nos harta.
Me decía un viejo cura, que fue toda su vida profesor en colegios y universidad, enseñaba literatura, letras, un genio… Cuando se jubiló le pidió al provincial que lo mandara a un barrio pobre, a un barrio… de esos barrios que se forman de gente que viene, que emigran buscando trabajo, gente muy sencilla. Y este religioso una vez por semana iba a su comunidad y hablaba; era muy inteligente. Y la comunidad era una comunidad de facultad de teología; hablaba con los otros curas de teología al mismo nivel, pero un día le dice a uno: “Ustedes que son… ¿Quién da el tratado de Iglesia aquí? El profesor levanta la mano: “yo”. “Te faltan dos tesis”. “¿Cuáles?”. “El santo Pueblo fiel de Dios es esencialmente olímpico, o sea, hace lo que quiere, y ontológicamente hartante”. Y eso tiene mucha sabiduría, porque quien va por el camino del servir tiene que dejarse hartar sin perder la paciencia, porque está al servicio, ningún momento le pertenece, ningún momento le pertenece. Estoy para servir, servir en lo que debo hacer, servir delante del sagrario, pidiendo por mi pueblo, pidiendo por mi trabajo, por la gente que Dios me ha encomendado.
Servicio, mezclálo con lo de gratuidad y entonces… aquello de Jesús: “Lo que recibiste gratis dalo gratis”. Por favor, por favor, no cobren la gracia; por favor, que nuestra pastoral sea gratuita. Y es tan feo cuando uno va perdiendo este sentido de gratuidad y se transforma en… Sí, hace cosas buenas, pero ha perdido eso.
(Viaje Apostólico del Papa Francisco a Chile, Bolivia y Paraguay, Julio 2015)
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