Si todos los conquistadores que regresaban a España hubieran tenido una hermana como Teresa, dotada de un tan claro sentido de la economía; el oro de las Indias no hubiese terminado por empobrecer el reino.
Don Lorenzo compró a una legua de Ávila una buena hacienda de trigales y pastos, pero apenas adquirida se arrepiente y lo lamenta, porque piensa que le va a dar mucho trabajo… Hubiese sido mejor invertir esa suma que, sin necesidad de trabajar, le diese una buena renta, y escribe a Teresa que “así tendría mayor espacio para la oración”.
Era no conocerla. Con clarividencia arguye: “El pesar de haber comprado la herencia, lo hace el demonio porque no agradezca a Dios la merced que le hizo en ello, que fue grande. No le acaezca más sino alabar a Dios por ello, y no piense que cuando tuviera mucho tiempo, tuviera más oración, que tiempo bien empleado no quita la oración. En un momento da Dios más, hartas veces, que con mucho tiempo; que no se miden sus obras por los tiempos… No dejaba de ser santo Jacob por entender en sus ganados, ni Abraham, ni San Joaquín, que como queremos huir del trabajo, todo nos cansa…”.
Una vez puesto en orden lo temporal, Teresa pone a su hermano en camino de lo espiritual. “Venga a nos el tu reino” le inita a abandonarse a la voluntad del Señor, que es que trabaje. No en vano ha hecho poner en las Constituciones de la Orden de Nuestra Señora del Carmen: “Quien quisiere comer ha de trabajar”.
(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).
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