Generalmente, al comenzar un viaje largo o
peligroso, me recojo y muero con la intención ofreciendo mi vida al eterno
Padre unida a la de su Hijo en la Cruz.
Viene en seguida una paz imposible de
describir; pero luego, cuando el peligro asesta golpes que yo llamo en español
puñaladas traperas, la carne deja al descubierto toda su flaqueza innata,
obligando al espíritu a coger de nuevo las riendas y guiar al compuesto de
cuerpo y alma sin declinar ni a la diestra ni a la siniestra.
Como Jesucristo experimentó esto en carne
mortal como la nuestra, da gusto dirigirse a él en estos trances; pues conoce
muy bien el paño y se hace cargo perfecto de la situación.
(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo
Polar)
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