Teresa no admitía nunca más que personas equilibradas, de una
pieza, demostrando que era una gran fundadora y organizadora de primera fila.
Juzgaba que si fueran casa de muchas, se podría sobrellevar cualquier falta;
más donde eran tan pocas, de razón habían de ser escogidas.
Se negó a admitir una candidata que había perdido un ojo. “¡No
quiero monjas tuertas!” Había demasiados conventos que se habían convertido en
refugio de jóvenes sin fortuna, rechazas por el mundo, lo cual era la razón de
su relajamiento, y la Madre quería que en el Carmelo reformado sólo reinara el
amor de Dios. Trece religiosas, veintiuna como máximo, no dejaban lugar para la
mediocridad y la comodidad. Aquellas
esposas de Cristo debían tener por lo menos las cualidades que los hombres
piden para las suyas, más el fervor. En esto, la Madre nunca cedió, y todo
el mundo sabía que sus carmelitas eran la flor y nata de Castilla.
(La Vida
de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).
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