miércoles, 2 de diciembre de 2015

No quiero monjas tuertas. Santa Teresa de Jesús (XXIV).

Teresa no admitía nunca más que personas equilibradas, de una pieza, demostrando que era una gran fundadora y organizadora de primera fila. Juzgaba que si fueran casa de muchas, se podría sobrellevar cualquier falta; más donde eran tan pocas, de razón habían de ser escogidas.


Se negó a admitir una candidata que había perdido un ojo. “¡No quiero monjas tuertas!” Había demasiados conventos que se habían convertido en refugio de jóvenes sin fortuna, rechazas por el mundo, lo cual era la razón de su relajamiento, y la Madre quería que en el Carmelo reformado sólo reinara el amor de Dios. Trece religiosas, veintiuna como máximo, no dejaban lugar para la mediocridad y la comodidad. Aquellas esposas de Cristo debían tener por lo menos las cualidades que los hombres piden para las suyas, más el fervor. En esto, la Madre nunca cedió, y todo el mundo sabía que sus carmelitas eran la flor y nata de Castilla.


(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).

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