Una vez que Roberto salió, Ermengarda intentó que su marido diese la aprobación, pero él replicaba:
- ¡Es demasiado joven! ¿Qué sabe de la vida? ¿Qué sabe del claustro? ¿Qué sabe de sí mismo? ¡Quince años no es edad de abandonar la vida cuando ni siquiera se ha probado su sabor!
- ¡Qué vergüenza! Quienes ingresan en el claustro no abandonan la vida. ¿Cómo podéis decir eso, señor? Un muchacho nunca es demasiado joven para aprender los hábitos del guerrero; nunca es demasiado pequeño para aprender a montar, a justar, a matar. Eso, no. En cambio, existe una profesión para la cual puede resultar demasiado joven. ¡Solamente una!... Es curioso que quien nunca es demasiado joven para entrar el servicio de su soberano temporal, lo sea en cambio para entrar a servir a su Rey Eterno.
(Tres monjes rebeldes, P. Raymond).
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