Cuando Gabriel aparece ante María, ella tiene que responder.
Hasta ese momento es la gracia de Dios que viene sobre Ella, el amor de Dios
que la inunda, la invitación de Dios que se le ofrece y se le quiere entregar,
y en ese momento queda pidiendo la respuesta de la Virgen, que Dios respeta.
María lo piensa serenamente, no se toma días para hacerlo. Es admirable, en una
decisión de tal trascendencia Ella cae en la cuenta: en este momento la
salvación del mundo depende tanto del sí de la Virgen, como de la voluntad del
Padre; porque cuando Dios pide consentimiento, lo pide de verdad. Si uno no se
lo da, no se hace. Dios no juega, no bromea. Estima al hombre y tiene tal
respeto de su libertad, de su dignidad dada por Él, que sin su consentimiento
no actúa en el mundo, en el hombre. Dios pide al hombre su consentimiento en el
orden de la salvación, y la respuesta que da María es su entrega de amor.
(Con María, P. Mendizábal).
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