Dos cosas muy notables son de advertir en la acción de S.
Ignacio en Roma. Una, que no se dejaba fascinar del entusiasmo momentáneo de un
fervor tan fácil de encender como de apagar, sino que iba siempre a la
institución, que es la única que da firmeza a las ideas y a la buena voluntad.
La segunda cosa notable es que él tomaba lo que es propiamente acción
apostólica: sacrificarse a sí mismo y despertar el espíritu de sacrificio en
otros, para crear la buena obra; después, cuando ya marchaba sola, él la dejaba
a otras personas, y atendía a despertar otras energías.
(S. Ignacio de Loyola, P. Casanova).
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