Estando un día del mes de Julio del año de 1541, el Padre
Maestro Laínez con nuestro Padre Ignacio, le dijo: “Decidme, Maestro Laínez,
qué os parece que haríades si Dios nuestro
Señor os propusiese este caso, y os dijese: Si tú quieres morir luego,
yo te sacaré de la cárcel de este cuerpo, y te daré la gloria eterna; pero si
quisieres aún vivir, no te doy seguridad de lo que será de ti, sino que quedarás
a tus aventuras: si vivieres y perseverares en la virtud, yo te daré el premio;
si desfallecieres del bien, como te hallare, así te juzgaré. Si esto os dijese
nuestro Señor, y vos entendiésedes que quedando algún tiempo en esta vida
podríades hacer algún grande y notable servicio a su divina Majestad, ¿qué
escogeríades? ¿Qué responderíades?”
Respondió el Padre Laínez: “Yo, Padre, confieso a vuestra
Reverencia que escogería el irme luego a gozar de Dios, y asegurar mi salvación
y librarme de peligros en cosa que tanto importa”.
Entonces dijo nuestro Padre: “Pues yo cierto no lo haría así,
sino que si juzgase que, quedando aún en esta vida, podría hacer algún singular
servicio a nuestro Señor, le suplicaría que me dejase en ella hasta que le
hubiese hecho aquel servicio; y pondría los ojos en Él, y no en mí, sin tener
respeto a mi peligro o a mi seguridad.” Y añadió: “Porque, ¿qué Rey o qué
Príncipe hay en el mundo el cual si ofreciese alguna gran merced a algún criado
suyo, y el criado no quisiese gozar de aquella merced luego, por poderle hacer
algún notable servicio, no se tuviese por obligado a conservar y aun a
acrecentar aquella merced al tal criado, pues se privaba de ella por su amor y
por poderle más servir? Y si esto hacen los hombres, que son desconocidos y
desagradecidos, ¿qué habemos de esperar del Señor, que así nos previene con su
gracia y la conserva y aumenta, y por el cual somos todo lo que somos? ¿Cómo
podríamos temer que nos desamparase y dejase caer por haber nosotros dilatado
nuestra bienaventuranza y dejado de gozar de Él por Él? Piénselo otros, que yo
no quiero pensarlo de tan buen Dios, y de Rey tan agradecido y tan soberano.”
(S. Ignacio de Loyola, P. Casanova).
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