El fracaso de la aventura orientó a Teresita hacia la vida
cenobítica, pero las ermitas apropiadas a su tamaño que se empeñaba en
construir amontonando piedras en el huerto, pronto se derrumbaban. ¿Sería tan
difícil alcanzar la gloria de Santa María Egipciaca, cuyas terribles
penitencias cantaban las criadas, lo mismo que las de Santa Cecilia o Santa
Inés?
Luego desaparecieron
todos los trapos de la casa, pues Teresita acababa de fundar una orden
religiosa y, disfrazada de monja, obligaba a sus primos a observar una regla inventada
por ella misma. Por supuesto, ella era la Priora. Con una palmada, hacía
arrodillarse, levantarse o postrarse con los brazos en cruz a las “hermanas”,
asombradas de la exactitud de su vena imaginaria. Y si se escondían tras los
setos de bog, era para poder rezar el rosario sin que nadie les molestara.
Le pareció entonces
que le gustaría ser religiosa, aunque no “tanto como las cosas que he dicho”,
es decir, virgen y mártir o anacoreta en el desierto; y es que el claustro no
satisfacía su afán por lo maravilloso.
(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).