Teresa, vieja, gastada y enferma como estaba, tras tantas luchas y trabajos y penitencias, reanuda el ajetreo de sus viajes y fundaciones. El Padre Ángel de Salazar le manda fundar un convento en Villanueva de la Jara, y ella parte: “Hagan que todas me encomienden al Señor, que ando cansada y estoy muy vieja”.
Había nueve doncellas nobles que, desde hacía años, vivían retiradas en el pueblo de Villanueva de la Jara. No salían nunca, y sólo las dos que tenían más edad abrían la puerta de la casa cuando alguien las llamaba. No tenían priora, asumiendo por turno una de ellas la responsabilidad de mandar. Eran, en suma, nueve mujeres solas, sencillas, nobles, pobrísimas.
Las nueve beatas querían transformar su casa-ermita en un convento de Carmelo. Hasta entonces habían hecho lo que podían: llevaban el escapulario del Carmen; leían las Horas mal por culpa de su ignorancia, pues apenas sabían leer; ayunaban nueves meses al año, sin contar los días en que no tenían nada que llevase a la boca; e hilaban para ganarse la escasa pitanza.
Al llegar al convento, Teresa quedó vivamente impresionada por su fervor y por su poca limpieza. Aquellas pobres criaturas no se habían cambiado de traje desde que llegaron a su retiro, creyendo que servían mejor al Señor cuanto menos se lavasen. Así pues, Teresa empezó por coger una escoba y se puso a barrer. Todas la imitaron.
Se quedó todo un mes en Villanueva de la Jara, dedicada a convertir en monasterio aquella miserable casa.
Las hermanas venidas con Teresa de Malagón y de Toledo les mostraron, con actos, cómo obedecer, y esa otra virtud eminentemente teresiana que consiste en tener medida en todas las cosas menos en una: el amor de Dios, que debe ser sin medida. Así, cuando la Madre Teresa se fue, dejó un convento pobrísimo, pero reluciente hasta en sus últimos rincones, y unas almas que se encaminaban rectamente hacia el cielo.
(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).
No hay comentarios:
Publicar un comentario