Todas las monjas quisieron verle, y durante toda la tarde, mientras ellas hilaban y cosían en el coro, el P. Juan les habló.
¿De qué? No de los sufrimientos y peligros que había experimentado, sino de Dios y de los Mitigados, a quienes consideraba sus bienhechores… “Les está bien tenerme aparte, pues así estarán libres de las faltas que habían de hacer a cuenta de mi miseria”.
Les recitó también los poemas que había compuesto en la cárcel, y finalmente les habló largamente de la Santísima Virgen, que lo había liberado, y de los frutos deliciosos del amor divino que había cosechado en su soledad: “Los bienes inmensos de Dios no caben ni caen sino en corazón vacío y solitario”.
(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz)
No hay comentarios:
Publicar un comentario