Para Dios no hay distancias. La trabazón y musculatura del cuerpo místico es un hecho invisible pero real y concreto y sin distancias apreciables a los ojos de Dios. Todas las inyecciones de savia divina que se apliquen en cualquier parte de ese cuerpo redundarán forzosamente en el incremento y bienestar de todo el cuerpo.
Para salvar almas no es necesario que todos surquen los mares. Se salvarán también desde una cocina o una clase en pleno Madrid y sobre todo se pueden salvar a redadas desde una enfermería.
Pero poco a poco nos vamos reponiendo del pasmo que causó la proclamación de santa Teresa del Niño Jesús patrona universal de las misiones; ella que jamás vio más indios que los pintados en los libros, vivió encerrada en un convento de Francia y murió tísica en la enfermería del convento entre cuatro paredes blancas.
(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)
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