“Traer un ordinario apetito de imitar a Jesucristo en todas sus obras, conformándose con su vida, la cual debe considerarse para saberla imitar y haberse en todas las cosas como él se hubiera.
Para poder hacer esto, es necesario que cualquiera apetito o gusto, si no fuere puramente por honra y gloria de Dios, renunciarlo y quedarse en vacío por amor de él, que en esta vida no tuvo ni quiso más de hacer la voluntad de su Padre,
la cual llamaba su comida y manjar”.
(S. Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor)
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