En una extensa carta a su hermano hace un cántico a la obediencia basándolo en un tema de extraordinaria sencillez: la gloria de Dios –dice- es la salvación de las almas; nadie desea esa salvación más fervientemente que Él y nadie sabe mejor que Él como asegurarla. Tal es su voluntad, a la que es necesario adherirse por el bien de todos y el nuestro propio. ¿Cómo la conoceremos? A través de sus representantes en la tierra. Ciertamente, “puede ocurrir que se equivoquen, pero nosotros no nos equivocamos jamás obedeciendo”, ya que la sabiduría nos da acceso a una sabiduría superior que no podríamos alcanzar por nuestros propios medios.
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