Pedro contempló con mirada irónica a su amigo:
- ¿Pensáis hacer que el mundo se tambalee, Esteban? ¿Cuál será el próximo paso?
- Si interpreto debidamente la Regla de San Benito, debo reconocer su deseo de que los monjes fuesen cenobitas, al mismo tiempo que sus monasterios estuvieran solitarios.
- Os referís a algo que no logro adivinar.
- No es difícil. San Benito dice expresamente que un monasterio debe contener en su interior agua, un molino, un horno, un jardín y varios talleres, para evitar que los monjes necesiten salir fuera de su recinto. Yo le oigo exclamar: “Monjes, ¡no salgáis!...” Le oigo ordenar, aún de modo más imperioso: “Mundo, ¡no entres!” En otras palabras, Pedro: la tercera estrella en el firmamento cisterciense es la soledad. Ahora ya tenéis completo el triángulo ideal de Citeaux: sencillez, pobreza y soledad.
- ¡Oh, Esteban, estáis loco! ¿Qué os proponéis haciendo semejante cosa?
- Sin soledad no existe verdadero recogimiento; sin verdadero recogimiento no hay verdadera oración; sin verdadera oración los monjes no somos más que cáscaras de huevo vacías.
- Si el duque y los nobles no vienen más que los días de gran fiesta, estoy seguro de que su presencia no dañará lo más mínimo a vuestra comunidad.
- ¡Si hubierais conocido a Alberico no hablaríais de ese modo, Pedro! Él no tenía más que este lema: ¡nada de contemporizaciones!
(Tres monjes rebeldes, P. Raymond)
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