Son las almas buenas de la retaguardia, esas almas que se afligen porque no son enviadas, las que con sus oraciones y sacrificios mantienen el frente.
Presuponiendo que están en gracia, viven unidas a Cristo como los sarmientos a la vid y tienen parte activísima en la circulación de la sangre divina por todo el cuerpo místico.
Injertadas en Cristo producen sazonados frutos de redención, conversión, santificación y salvación de innumerables almas; unas más y otras menos según el grado de unión que tengan con Cristo.
Basta que todo lo hagan por amor de Dios; y mientras más desinteresado y fino sea ese amor, más ricos serán los frutos espirituales que producen.
El andar, comer, vestirse, dormir, peinarse y cortarse las uñas hecho todo por amor de Cristo y en unión íntima con Jesucristo produce tres frutos riquísimos que son: gloria a Dios, santificación personal, y conversión de almas apartadas de Dios.
(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)
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