Dios está con el misionero que lo es por vocación y obediencia y le hace alegre la vida. La nieve da gusto verla tan blanca. El hielo es ideal para patinar. El frío ayuda a no sudar cuando está uno aforrado de pieles que de otra suerte le tostarían a uno.
La ingratitud del indígena me abre a mí los ojos para que vea mejor cómo debe desagradar a Dios mi letanía de ingratitudes, que también los misioneros somos ingratos a Dios y sucumbimos a la tentación de mirar las cosas con ojos humanos como si no tuviéramos con nosotros a Dios, que es infinitamente bueno, sabio y poderoso; la lejanía de la patria no es tan intolerable como les parece a algunos sentimentalistas descentrados; los mosquitos no pican si se lleva un velo en el rostro; la soledad ayuda poderosamente a unirse con Dios y a despegarse de las bajezas de este mundo tan villano, tan infeliz y tan lleno de cementerios.
(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)
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