(El P. Segundo sufre un accidente volando en aeroplano).
En resolución, se decidió en juicio sumarísimo que me volasen inmediatamente a Bethel donde tenemos hospital y médico. Un minero aficionado a la aviación tenía allí mismo un aeroplano diminuto en el que me podían volar sin novedad. Entretanto iba anocheciendo.
Creo no exagerar si afirmo que jamás en la he sentido tanta paz y gozo interno como en aquellas horas que siguieron al accidente. Con el susto y excitación nerviosa todo adquirió muy pronto caracteres de tragedia catastrófica, aunque en realidad y mirado en frío, no pasó de un susto y de un aeroplano menos.
Por primera vez en la vida me pareció que juntaba mi sangre a la sangre redentora de Cristo para ayudarle a completar la redención y salvación del mundo; pues como había celebrado Misa aquel día y había consumido el cáliz, me pareció que aquella sangre era tanto de Cristo como mía.
Me inundaban oleadas de gozo interior al ver y palpar que Dios se acordaba de mí y me trataba como trató a su Hijo, aunque el parecido era de proporciones infinitamente menores; y entonces tuve atisbos de que el martirio puede ser una explosión de gozo y es y debe ser un privilegio inmerecido que nunca podremos agradecer bastante.
(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)
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