Juan María procuraba instruirse mejor en las cosas de la religión cristiana, pero fuera del domingo no podía disponer sino de unos momentos por la noche. Tomaba él los Evangelios o la Imitación de Cristo y a la débil luz de una candela de resina comenzaba a leer. Su hermano Francisco, que estaba con él en la misma cama, prefería dormir. Mostróse paciente al principio, pero al fin avisó a su madre, la cual muy prudentemente le prohibió velar hasta tan entrada la noche y mandóle tomar el necesario descanso. Juan María obedeció sin queja; pero en la oscuridad continuaba en vela, pensando en Dios y en el porvenir.
¿Cuáles podían ser sus pensamientos? Escuchaba cómo en el fondo de su alma iba despertándose aquel sígueme que pronunciado en las riberas del mar de Galilea arrastró en pos del Señor a Pedro, a Andrés, a Santiago y a Juan. Juan María Vianney quería ser sacerdote, y este deseo tan íntimo era lo que le hacía tan bueno.
(El Santo Cura de Ars, Arcaduz).
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