Para ser misionero no tiene que venir la persona a lo que llamamos frente misional, donde la mayoría no conoce a Jesucristo.
Hay un sinfín de almas buenas en la cristiandad que desean ardientemente ser misioneras, pero que no pueden venir, y se afligen lamentando lo que llaman su mala estrella que les impide la realización de sus ardorosos deseos.
En el capítulo 10 de la epístola a los romanos leen esas almas los siguientes versículos: “Todo el que invoque el nombre del Señor, se salvará. Pero ¿cómo van a invocar a Aquel de quien no han oído hablar¿ ¿Y cómo van a oír si no se les predica? ¿Y cómo se les va a predicar si no les envían predicadores? Por eso está escrito: qué preciosos son los pies de los que evangelizan la paz; de los que evangelizan el bien”.
(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)
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