No perdáis jamás el impulso de caminar por los senderos del mundo, la conciencia de que caminar, ir incluso con paso incierto o renqueando, es siempre mejor que estar parados, cerrados en los propios interrogantes o en las propias seguridades. La pasión misionera, la alegría del encuentro con Cristo que os impulsa a compartir con los demás la belleza de la fe, aleja del riesgo de quedar bloqueados en el individualismo. La idea que propone al hombre como artífice de sí mismo, guiado sólo por las propias decisiones y los propios deseos, a menudo revestidos con el hábito aparentemente bello de la libertad y del respeto, corre el riesgo de minar los fundamentos de la vida consagrada, especialmente de la secular. Es urgente revalorizar el sentido de pertenencia a vuestra comunidad vocacional que, precisamente porque no se funda en una vida común, encuentra sus puntos fuertes en el carisma. Por eso, si cada uno de vosotros es para los demás una posibilidad preciosa de encuentro con Dios, se trata de redescubrir la responsabilidad de ser profecía como comunidad, de buscar juntos, con humildad y con paciencia, una palabra de sentido que puede ser un don para el país y para la Iglesia, y testimoniarla con sencillez. Vosotros sois como antenas dispuestas a acoger los brotes de novedad suscitados por el Espíritu Santo, y podéis ayudar a la comunidad eclesial a asumir esta mirada de bien y encontrar sendas nuevas y valientes para llegar a todos. Pobres entre los pobres, pero con el corazón ardiente. Nunca parados, siempre en camino. Juntos y enviados, incluso cuando estáis solos, porque la consagración hace de vosotros una chispa viva de la Iglesia. Siempre en camino, con esa virtud que es una virtud peregrina: ¡la alegría!
(Audiencia del Santo Padre Francisco a los participantes en un encuentro organizado por la Conferencia Italiana de los II.SS. en mayo de 2014)
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