El Redentor aceptó muerte tan ignomiosa porque moría ara pagar nuestros pecados, y por eso quiso que le clavaran en la Cruz para pagar nuestras malditas licencias; quiso con su desnudez pagar nuestra avaricia, con sus humillaciones nuestra soberbia, con su obediencia a los verdugos nuestras ambiciones de dominio, con sus espinas nuestros malos pensamientos, con su hiel nuestras intemperancias y con los dolores de su cuerpo nuestros sensuales placeres.
De ahí que con lágrimas de ternura, deberíamos agradecer al Padre habernos dado a su inocente Hijo para que con su muerte nos libras de la muerte eterna: Así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito.
(Reflexiones sobre la Pasión de Jesucristo, S. Alfonso Mª de Ligorio)
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