3. La disipación. En las misiones, como en cualquier otro lugar, se impone el alerta. Ni el decir adiós a los padres y hermanos, ni el renunciar voluntariamente a la patria y a los amigos, ni el surcar mares ignotos en busca de almas, son bastante para sostener espiritualmente al misionero, si este descuida los ejercicios espirituales de costumbre. A los dos días que abandone la oración y la presencia de Dios, se encuentra tibio y vacío de pensamientos y motivos espirituales, lo mismo que le acaece al religioso en la comunidad más observante.
Dios no quiere que el misionero se envanezca creyendo que ha hecho mucho por él yendo a las misiones; al contrario, quiere que se convenza de que la vocación misionera es una gracia especialísima, un como regalo inmerecido, que Dios hace al misionero y por el cual exige pruebas de amor y fidelidad, que tal vez no le hubiera exigido si no le hubiera escogido para misionero.
(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)
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