La divina presencia la acompañaba por doquiera y la hacía indiferente a todo.
Acción y oración tenían a sus ojos el mismo calor, porque en todas las cosas buscaba la voluntad de Dios.
- ¡Qué afortunadas somos las religiosas –solía decir-, pues no apartándonos de la obediencia estamos seguras de cumplir siempre lo que Dios quiere de nosotras!
Tenía tan ardientes ganas de emitir sus votos religiosos y de unirse con ellos a Cristo para siempre, que deseó hacerlo aún antes de que se cumpliera el plazo del año del noviciado. El Señor escuchó sus anhelos.
Cayó gravemente enferma y los Superiores decidieron darle la profesión el 27 de mayo de 1584, fiesta de la Santísima Trinidad.
(Santa María Magdalena de Pazzi)
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